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¿cuál es el origen de los pendientes?

La pregunta de hoy es: ¿Cuál es el origen de los pendientes?

lunes, 2 de enero de 2012

La pérdida de nuestros Dioses

   De todos es sabido que procedemos de una especie de primates homínidos. La antigüedad del hombre se estima en unos dos mil cuatrocientos millones de años, científicamente demostrado a través de valiosos hallazgos arqueológicos; descubriendo entre otros el homo hábilis. Todas las especies, con excepción del homo sapiens, están extintas. Nosotros somos el último eslabón de la cadena. El último sobreviviente cercano fue el Homo neanderthalensis, que se extinguió hace menos de 30.000 años. El planeta tierra, donde vivimos para los rezagados, tiene una antigüedad aproximada de setenta millones de años. La atmósfera primitiva, compuesta de hidrógeno, helio, anhídrido carbónico y vapor de agua, se condensó cuando la temperatura de la superficie fue inferior a la de la ebullición del agua; que provocó grandes precipitaciones creándose los océanos. Fue hace tres mil quinientos millones de años cuando en las fuentes hidrotermales submarinas aparecieron los primeros organismos vivos, la biomolécula. O lo que es lo mismo; las bacterias. Después le tocó el turno a los peces, tras ellos los insectos, los anfibios, y los reptiles. En el triásico aparecieron los dinosaurios. Que dominaron la Tierra durante el Jurásico y el Cretácico. Al final del cretácico se extinguieron los dinosaurios junto a algunas otras especies y aparecieron las aves y los mamíferos. Y en la edad de hielo, en la era cuaternaria, apareció un primate supuestamente inteligente que se llamaría homo. Nosotros. 

   ¿Por qué os cuento todo esto? Algo que muchos de ustedes sabían perfectamente. Para deciros que somos unos pijas de mierda que nos creemos los dueños del Universo, y no somos más que una mierda pinchá en un palo. En setenta millones de años de vida de la Tierra; los hombres sólo llevamos unos ciento veinte mil años en ella. Ni siquiera una cincuentava parte. Y pensamos que todo gira en torno nuestro, creemos en un Dios que espera que seamos buenos para llevarnos a un paraíso prometido. Pero mientras, nos entretenemos en machacar al vecino. Matamos sin escrúpulo a los judíos, a los árabes, a los indios, a los negros y a todo bicho viviente diferente a nosotros. Y para colmo; se nos ocurre descubrir otro mundo. Como si no tuviéramos suficiente con el nuestro. Pero, ¡eso sí!, lo hacemos a lo grande; matando, violando, masacrando y obligando a que se parezcan a nosotros. Mientras ocurre todo esto, esos egocéntricos primates vestidos por Valentino o Lacoste se sumergen en toda una vorágine de trampas, inteligentemente puestas para vendernos la moto del “Estado del Bienestar”. Como resultado obtenemos una sociedad enferma y herida de muerte. Nos llaman la atención los crímenes, las víctimas, los inocentes inculpados, las adolescentes desaparecidas y torturadas. Os voy a dar algunas pistas de por qué, desde mi humilde enteder, ocurre todo esto. Veréis; hasta último del siglo XIX, principios del XX, hemos creído ciegamente en el fenómeno de la deidad. Creíamos en las religiones que nos tocaba por accidente geográfico. Pensábamos de verdad en que si no acatábamos a las normas de ésta; nuestro espíritu, nuestra alma corría grave peligro. Cuando los adelantos del propio homínido, hacían que pensar sobre la autenticidad de esas normas; perdimos algo de un valor incalculable, y ganamos otra que mal utilizada podría ser nuestra perdición. Ganamos autoestima y perdimos la capacidad de creer. Comenzamos a pensar que éramos realmente inteligentes. Habíamos descubierto el fuego, la rueda, la energía eléctrica, Internet y hasta ¡una máquina que entretendría a nuestros hijos por días enteros sin moverse de su sitio! Comenzamos a creer que podíamos llegar incluso a ser dioses. Y perdimos de vista a nuestro Dios particular. Ese Dios que todo el mundo tiene dentro. No voy a hacer ahora una apología de la religión ni nada parecido. Yo mismo no me considero religioso, no creo en las religiones. Pero creo que comenzamos a perder los papeles, porque no nos acordamos que nos lo comimos con patatas cuando perdimos el sueño de ser hijo de un Dios, para creer que podríamos llegar a ser dioses. Siempre, cualquier civilización, ha creído en uno o varios dioses a quien pedirle cosas, o echarle la culpa de otras. Ahora no creemos en nada, y ése es el problema. Perdimos la oportunidad de tener una referencia a seguir. Perdimos de vista a nuestros héroes, a nuestros dioses y andamos ahora con una cojera que nos impide llegar a nuestro destino con el convencimiento real de sentirnos bien con nosotros mismos.

(c) Javier Urbaneja de Montenegro

La Normalidad


Por fin dicen que entramos en una normalidad, bueno disculpen ¿Qué es la normalidad? preguntarán algunos. Pues para los que tienen el privilegio de vivir en un país libre, en desarrollo y en paz; la normalidad es vivir en un mercado de consumo, tener depresiones por ninguna razón en concreto o preocuparse de que en la cuenta corriente haya cada vez más dígitos a favor. Los que no tuvieron elección y viven en países en subdesarrollo; tendrán como normalidad la incesante búsqueda de alimentos y de agua para que sus hijos no mueran de inanición o enfermedades infecciosas. Y por último, los que vivan en lugares en perpetuo movimiento bélico, arrastrados por los intereses ajenos, su normalidad será la búsqueda de refugio, la supervivencia, el dolor y el odio. La normalidad no es una baza más para una propaganda electoral, no es un bien común donde redunde la estentórea voz de unos partidos políticos, ni es una moneda de cambio para negociar intereses pactados. La normalidad es una consecuencia de las reacciones del pueblo. Ese pueblo que lleva dormido mucho tiempo ya. Y me refiero en estos momentos, a la España de hoy. Aún recuerdo cómo mi abuelo me contaba que el pueblo se sublevaba contra la tiranía y el despotismo de un régimen dictatorial que mandó matar miles de personas. Y las mataba sólo por ser diferentes. Lo hacía por tener una ideología diferente, una sexualidad diferente, un aspecto diferente. Un régimen español que firmó ante Hitler la deportación de judíos, gitanos, minusválidos, y toda persona que sobrara en el país. Pero no nos olvidemos que esas deportaciones terminaban con una ducha de gas que les arrancaba, como si fuese simple suciedad, sus vidas de una forma completamente denigratoria y lamentable. Me acuerdo que me contaba que todo el pueblo se levantaba en férreas manifestaciones para conseguir que los poderosos no se nos subieran a las barbas. Todavía se me altera la sangre cuando canto el himno andaluz en el día de Andalucía y gritamos “Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad, sea por Andalucía nuestra, España y la Humanidad”, ahora casi nadie recuerda la verdad que encierran esas palabras. España está dormida, está en una cíclica siesta de la que parece no querer despertar. Hemos aplastado el culo en nuestros cómodos sofás de relajación, y nos importa un bledo qué sistema heredarán nuestros hijos y nietos. Cualquier cosa que nos den está bien si no nos molestan mucho. Nosotros, con y a votar cada cuatro años hacemos más que suficiente. Los que se tienen que mover son los políticos, que para eso cobran. Tenemos la normalidad que nos merecemos. Vivimos en un mundo diseñado para mantenernos obnubilados y que no tengamos consciencia de que esos mismos políticos se están haciendo ricos a nuestras costa. 
Ya sabéis, cuando se nos diga que entramos en la normalidad, que sepáis que estamos entrando en ese efímero juego ajeno que será quien marque nuestras pautas de corderitos mientras otros se llevan el pescado calentito. Pero mientras que no nos molesten ¿Verdad?